Me he decidido al fin y he comprado un piso, un ático espectacular; con vistas al mar. Llevo años queriendo tener un lugar para mí y poder disfrutarlo a pleno.
Hice la mudanza con ayuda de dos de mis colegas del trabajo, la verdad son unos cracks. Subiendo el canapé por las escaleras, todo sudado por el esfuerzo físico, me paro en un descansillo de la escalera, levanto la vista y ahí está ella, chiquitita, rubia y de ojos azules, con una sonrisa que mataría a cualquiera. Un “buenos días y bienvenido al edificio” es lo único que dice antes de continuar con su camino hacia la salida.
Me quedé mirándola mientras ella bajaba, pensando en cómo sería follármela sobre mi cama.
Pasados unos días volví a verla, esta vez iba con un vestidito corto y sus piernas al descubierto. Decidí lanzarme, cruzar algunas palabras con ella. Y conseguí averiguar que vivía sola a unas cuantas puertas de mi ático. Ya puedo seguir fantaseando con tenerla en mi cama, y eso me calienta por arriba de los niveles normales.
Pasó otra semana y cuando iba entrando al edificio la veo nuevamente, con sus vaqueros ceñidos al cuerpo, camisa semitransparente blanca y unos tacones color morado. Es exquisita y no dejo de pensar en cómo sería tenerla solo para mí, desnuda y con únicamente esos zapatos puestos.
Mi imaginación se dispara cada vez que la veo, a ella, a mi vecina.
Salgo corriendo para poder sostenerle la puerta del ascensor. Entramos los dos y mirando a sus ojos azules decido tomar la iniciativa y hablarle.
“Eres soltera?”… a lo ella responde… “soltera y entera…” y esa voz melosa me la puso dura como una pared, pensé que rompería los pantalones de lo dura que se me puso.
En una décima de segundo me pegué a su cuerpo, y se sacudió, emitiendo un ronco sonido al sobresaltarse. Unos segundos más y supe por su respiración agitada, que también estaba caliente como yo. Acaricié su pecho con mi mano, apretando su pezón entre mis dedos y su gemido fue épico. Al acercarme a su oído le dije que la esperaba el viernes sobre las siete de la tarde en mi casa. Se abrieron las puertas del ascensor y salí hacia el trabajo.
Esperé esos días muy excitado… ¿vendrá?... cada noche pensaba en ella, en mis manos sobre su cuerpo pequeñito. Sus pechos, su barriguita plana, su culo y sus piernas. Fantasear con mi vecina era como estar flotando entre las estrellas de la noche, juntas y brillando.
Y por fin llegó el viernes, eran las 18:40hs y yo ya estaba duchado, depilado y perfumado… Creo que nunca me había puesto tan guapo para una chica, pero sentía la necesidad de hacerlo para ella. Quería que oliera mi piel, y deseara no dejar de tocarme, quería su mano sobre mi cuerpo, en todas partes.
Sonó el timbre y fui a abrir, allí estaba ella en todo su esplendor, sus ojos brillaban como un candelabro en la noche. Me quedé mirándola unos momentos antes de sonreírle y hacerla pasar.
La llevé a la cocina y le ofrecí una cerveza bien fría, con cada trago que tomaba su garganta se movía de una manera que hacía que sólo deseara besarla y apretarla.
Mi metro ochenta y cinco y mi cuerpo de gimnasio son enormes al lado de ella, y sabía que disfrutaría con ella, que haría lo que quisiera, que me la montaría de todas las formas inimaginables que hay, de eso estaba complemente seguro.
Ella estaba dándole el último buche a la cerveza cuando la agarré de la muñeca y la senté en mi regazo. Una pierna a cada lado para que sintiera lo empalmado que estaba. La restregué sobre mí, y volvió a emitir ese sonido tan espectacular, un gemido desde lo más profundo de su ser, y fue delicioso.
Ese fue el pistoletazo de salida para mí, yo la deseaba y ella a mí. Le quité la camiseta por arriba y el sujetador de encaje morado quedo al descubierto, sus pequeños pechos entraban en la palma de mi mano, los acaricié para luego apretarlos con fuerza, poniéndose así sus pezones duros como perlas.
Mis manos bajaban desde sus pechos al culo, y volvían a subir. No me podía creer que estuviera tocándola, su perfume invadió mis fosas nasales y ya no pude parar de tocarla.
La levanté en vilo y me la llevé a la cama, le quité los pantalones y las braguitas y me hundí en su monte de Venus, pasé la lengua por todo su coñito, de un lado a otro y de arriba abajo, su sabor, su olor, los sonidos que emitía cuando me la estaba comiendo me ponían todavía más cachondo. Tenía la necesidad de toda ella, tenía la urgencia de entrar allí. Con lengua, manos y mi polla, sabía que la follaría entera, sabía que disfrutaríamos los dos de esta revolcada a lo loco con mi vecina.
Después de pegarme un festín con su coñito, la agarré del pelo y la puse de rodillas para follarme su boca, ni bien quedo frente a mí, me sonrió y se la metió a la boca y comenzó a chupar con una habilidad nunca vista, me la estaba chupando como hace tiempo ninguna mujer lo habría hecho. Me puso a doscientos mil por hora en cero coma cero segundos. Si seguía así unos minutos más me correría en su boca, y no quería que acabara tan pronto, así que la volví a agarrar de los pelos y la levanté del suelo.
La acomodé en la cama nuevamente le abrí las piernas y le metí dos dedos de golpe, entraron muy fácil y muy rápido, ella estaba lista para mí, así que la dilaté más y más, su coño chorreaba líquido caliente, se retorcía con cada movimiento de mi mano. Cuanto más entraba y salía, más se mojaba ella.
Levantó la vista y me suplicó que entrara, que quería sentirme. No me hizo falta nada más, me puse un sombrerito con estrías y allí nomás la empecé a penetrar poco a poco, disfrutando los dos de esa sensación.
Tan pequeñita, tan caliente, tan apretadito el coño. Me aprisionaba con tanta fuerza que casi hace que me corra. Pero respiré profundamente y seguí de a poco. Entraba y salía, una y otra vez.
Sabía que estaba por correrme, al igual que ella, incrementé el ritmo de mis embestidas, las volví más fuertes, más rápidas, se la metí hasta el fondo y sus gritos de placer eran iguales que los míos. Nos estaba dando a los dos un orgasmo excepcional y así fue que cuando comenzó a correrse y su coñito me apretó tan fuerte que hizo que me corriera de una forma brutal.
Terminamos juntos, y caí rendido sobre ella, aguantó mi peso mientras ambos recuperábamos la respiración y nuestro corazón trataba de restablecer su latido normal.
Nos quedamos dormidos unas dos horas y volvimos lío en la madrugada. Cada vez era más caliente, repetimos hasta que se hizo de día.
Nos dimos una ducha, nos vestimos, desayunamos y al salir de casa los dos, al unísono, dijimos…
“Todo queda en casa, Somos Vecinos…”
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