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Pasito Blanco

Se acercaba el “día de los enamorados”, y como siempre, ibas a sorprenderme. Eso es lo que más amaba de ti. Un beso, una caricia, un detalle, o simplemente, un lugar dónde pasar un hermoso momento juntos, solos tú y yo.


El 13 de febrero esperaba ansiosa tu llamada de buenas noches. Y así fue, a las 23:30 hs sonó el teléfono. Respondí al instante con un “Hola mi Amor”.


Lo siguiente que escuche fue… “Siempre lo seré”…


Nos producía una sensación inigualable comenzar nuestras llamadas así.


“Tengo una sorpresa para ti”… (Y yo me estuve callada.)


“Mañana te paso a recoger a las 17hs por tu casa, estate lista para un día de playa”.

Y así lo hice.


Pasaste a por mí a la hora exacta que me dijiste que pasarías, ni bien me subí al coche, me pusiste un pañuelo de seda en los ojos. Yo emocionada, sonreí.


Anduvimos una hora en coche por carreteras sinuosas hasta llegar al lugar correcto. Mis sentidos estaban alertas. Y una vez que paraste el motor, pude escuchar el sonido que hacen las olas al romper contra el acantilado, además del riquísimo olor a arena caliente.


Me susurraste al oído… “Esta noche serás solo mía”, y mis braguitas se humedecieron con sólo pensarlo.


Bajamos del coche, caminamos unos metros y te colocaste pegado a mi espalda, desatapaste mis ojos y sólo me quedó admirar la hermosura del lugar, una soleada playa y sólo para nosotros dos.


Los granos de la arena brillaba bajo los rayos del sol y la espuma blanca de las olas rompía al llegar a la orilla. Era una espléndida vista.


Me di media vuelta y te besé profundamente.


Unos minutos después descendimos hacia la playa con todos los bultos que trajiste. Carpa, mantas, saco de dormir, sillas de playa, cesta con comida, ropa, etc.


No tardamos mucho en dejar todo listo, pero ya estaba oscureciendo.


Encendiste un fuego y extendiste una manta junto a él. Tomaste la cesta y montaste una cena romántica para los dos. Distintos tipos de quesos, jamón, aceitunas, vino tinto y dos copas de cristal. Todo un manjar al lado del océano Atlántico.


Cenamos tranquilamente, en la soledad de la noche junto al mar, estaba extasiada por todos los detalles que estabas teniendo para pasar una maravillosa velada.


Después de los aperitivos, me cogiste de las manos y tiraste de mí hacia la carpa.


Y deseosa de lo que se venía, fui tras de ti.


Ya en el interior, llegaron tus primeros besos y caricias, y no pudiendo resistirme más, me uní al desenfrenado calor de nuestros cuerpos y nos desnudamos mutuamente.


No había espacios entre nosotros, éramos un solo ser, unificando nuestro amor y deleitándonos con nuestra pasión.


Deslizaste tus manos por mi espalda hasta llegar a mi culo, te encantaba lo duro que estaba. Lo masajeaste todo lo que se te apeteció. Y mis manos en tu pelo jalaban por él.


Me recostaste sobre la bolsa de dormir para poder tener mejor acceso, tú encima de mí. Recorrer mi cuerpo era una de tus mayores debilidades, estaba diseñado para responder sólo ante ti. Era como si te perteneciera.


Mis gemidos comenzaron a resonar en toda la carpa, haciendo eco de mi placer.


Deseando más, te aprisioné más fuerte, y mis manos fueron a buscar tu gran falo duro y grueso. Lo acaricié arriba y abajo cuanto quise, hasta dejarlo listo para mi coñito insaciable. Tus manos siempre lo dejaban mojadísimo y abierto para tu polla.


Mis fluidos te indicaron que estaba lista para la gran entrada, preparada para que tu polla entrara en su lugar favorito, un lugar muy caliente y oscuro, pero muy satisfactorio para nuestro encuentro de placer.


Y así fue como tu polla se dirigió a mi coñito húmedo, y de una simple estocada entró. Se quedó allí, quieto. Sintiéndome y llenándome.


Cuando comenzó a moverse, lo hizo de forma pausada, como si fuera la primera vez. Nuestros cuerpos eran uno solo. Ninguno de los dos decía palabra alguna, simplemente nos amábamos.


Entrabas y salías de mi interior una y otra vez, muy lentamente, era un trabajo de sincronización perfecta. Tantas veces como fuera necesario para poder llegar los dos juntos a la vez.


Largos minutos y movimientos después, nuestros gemidos era muy intensos, eso me indicaba que estábamos listos para nuestra liberación al unísono.


Cuando tus caderas y tu polla aceleraron sus movimientos, supe que llegaríamos en cualquier momento, y entre gemidos, estocadas y apretadas de mi coño a tu polla, explotamos los dos. Un último grito de placer se oyó en la playa.


Amaba tu forma de hacerme el amor.


Y por eso, fuiste y seguirás siendo mi príncipe azul en la playa de Pasito Blanco.


Noelia Linbood.

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